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No me gusta la ensalada de pollo

No me gusta la ensalada de pollo

Por Walk Chi

La detestaba. Aquel pensamiento no abandonaba mi mente y el túper con al menos dos porciones de ensalada de pollo me impedía olvidarlo: estaba a la espera del conflicto. El solo hecho de imaginar la carne deshebrada helada sobre mi lengua me provoca una sensación pulsante que va desde el centro hasta la punta de la lengua, un cosquilleo nada placentero.

Por separado, pollo, zanahoria y papa no eran un inconveniente y los disfrutaba, pero cada vez que se revolvían en la gran palangana de plástico, acompañado del licuado de mayonesa, media crema y pimiento rojo, todo cambiaba.

No había sentido ese disgusto antes, muchas veces atrás, en fiestas o en la cafetería de la universidad, la ensalada de pollo era sólo eso, nada más. Ahora era mi enemigo quien me provocaba una constante presión social.

Es un platillo usual de las navidades en Venezuela donde se le conoce como ensalada de gallina y parecía haber viajado cientos de kilómetros para atormentarme con sus múltiples variantes que no pararon ni en el territorio mexicano. Resulta curiosa la presencia de uvas, piñas en almíbar o inclusive cerezas en esta receta, aunque es su simplicidad la que marca su origen humilde a principio de los años cuarenta en Caracas.

En aquella fiesta, mientras el anfitrión realizaba todo tipo de juegos para entretener a los niños, mi mirada regresaba al plato de unicel blanco. ¿Por qué sigo comiendo del menú infantil? Fue una idea fugaz, pero que no resolvía mi dificultad. Así, cada vez que algún familiar del festejado se acercaba a la mesa, no tenía de otra que llevar el tenedor a mis labios, dejando que la mezcla caliente se posara ahí por unos segundos.

Algo peor que la ensalada de pollo fría, era la que había pasado 15 minutos fuera del refrigerador a la intemperie, en el calor de Tabasco. Lo único que podía hacer era mordisquear las galletas saladas para parar aquel impulso vomitivo. En ese momento recordé un artículo de revista que indicaba que estas ayudan a la náusea matutina de quienes están embarazadas. Sea veraz o no, me acompañaron en el suplicio.

Si la ensalada de pollo se hubiera quedado únicamente en las fiestas no sufriría tanto, pero por alguna razón se convirtió en una comida usual en la mesa de mi familia. No sólo por la sobre explotación de los recursos naturales que permitía que los tres ingredientes principales (pollo, papa y zanahoria) estuvieran siempre en los supermercados sino también por la cualidad productiva de los tubérculos y su tiempo de vida con respecto a otros productos, razón que coronó a la papa como alimento clave para la lucha contra la hambruna en Europa inclusive, aún cuando esta última puede convertirse en un arma mortal al consumirse descuidadamente cuando ha germinado, produciendo solanina.

Cucharada tras cucharada, al punto de casi ahogarme por no masticar correctamente hasta vaciar el plato, era como si estuviera llevando esa sustancia venenosa a mi boca. Empezaba a experimentar problemas gastrointestinales y neurológicos. Los dedos fijos sobre el tenedor, pupilas dilatadas, y la sensación de que el platillo estaba a más de 10 metros debajo de mí, rodeada de una multitud que me incitaba a lanzarme en clavado en una alberca profunda y sin salida.

Al terminar, mi madre me miraba en la mesa preguntando:

— ¿Quieres más?

En ese momento apuraba un vaso de refresco en mi garganta para olvidar el sabor de mi tortura

— No, estoy llena.

— ¿Segura?

— Sí, no me gusta mucho la ensalada.

Sobre Walk:

Licenciada en comunicación e ilustradora amateur oriunda de Tabasco. Estudiante del Diplomado “Cocinas y Cultura Alimentaria de México. Usos, significados, y contextos rituales” de la ENAH, en su onceava edición.

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