Por Mariana Castillo Hernández
Negar, matizar y silenciar son herramientas que, lingüística e ideológicamente, logran que no se visibilicen o se valoren ciertos temas respecto a otros. En lo alimentario sucede más de lo que pensamos o de lo que se habla en las aulas, los medios o la vida cotidiana. Justo porque comer es una categoría cultural, hay sesgos sobre su divulgación, estudio y apreciación. ¿Qué tanto has escuchado o leído sobre culturas alimentarias afro diaspóricas?
El uso del término “cocina mexicana” como ente genérico, la repetición ad nauseam del mito del mestizaje como calificativo principal para definirla y la selectividad de señalar solo el sincretismo “entre lo europeo y prehispánico” (sic) limita sus tantísimas influencias, cambios e interconexiones con múltiples culturas, tanto de los pueblos originarios mesoamericanos que vivieron la colonización como de las otras identidades que llegaron a este territorio geográfico por diversas razones desde Asia y África.
En el caso de la diáspora africana en México, hay varios lugares comunes: si es que se le menciona, se le llama la “tercera raíz” sin mayor profundidad, no sé específica de qué lugares llegaron las diferentes personas y grupos que se asentaron en este territorio, se continúa usando la palabra “esclavos” (cuando “personas esclavizadas” sería lo sugerido, en aras de comenzar a construir otros diálogos conceptuales) y un largo etcétera.
En temas de divulgación no académica, hace casi dos décadas no era fácil encontrar libros, reportajes o información al respecto (hoy en día tampoco lo es). En 2015, entrevisté a Raquel Torres Cerdán, antropóloga xalapeña, respecto al Recetario afromestizo de Veracruz, libro en coautoría con Doris Careaga- Coleman, y que fue editado por la Colección de Culturas Populares en 1995 y reeditado en 2004 y 2006.
Otro libro que conocí en esos años, gracias a las recomendación de Mauricio Ávila Serratos, investigador culinario, es el Recetario mascogo de Coahuila de Paulina del Moral y Alicia Siller V., que es parte de la misma colección que el anterior. Ambas obras son un compendio de recetas que plasman el entorno, los alimentos y las técnicas de estos lugares, pero también los cambios y resistencias de las personas en ellos.
El racismo existente en México nos hace repetir una y otra vez que si lo español, que si lo francés, que si lo italiano por aquí y por allá en temas culinarios, pero se conversa poco sobre la influencia africana en nuestros guisos como el uso de la yuca, la malanga o el plátano macho; sobre la jamaica o la horchata como dos de las bebidas cotidianas y populares más icónicas; sobre el mondongo, el lomo, los tacos de tripas y cabeza, las criadillas a la parrilla, la panza asada o el uso de las vísceras en guisados o en caldos picosos…
Un encuentro sobre memoria e identidad alrededor de las culturas alimentarias afro diaspóricas
Por esta razón, fue un respiro necesario ver la invitación en Instagram a un conversatorio abierto al público sobre las tradiciones culinarias afro diaspóricas en Blaxi Cocina (el único proyecto de soul food que conozco en México). Fueron parte del mismo el chef BJ Dennis, la investigadora Doris Careaga y la chef y propietaria de Blaxi, Tiara Darnell. Este evento fue organizado por la embajada de EE.UU. en México, como parte de una serie de celebraciones que marcan el cierre de la Década para las Personas de Ascendencia Africana en las Américas. El encuentro sucedió entre sentires, pensares y saberes en inglés y en español, de memorias y patrimonio, de conservación, creatividad y arraigo.
“Mi labor es preservar mi cultura porque estamos perdiendo mucho con la gentrificación, la pérdida de tierra, el cambio climático y también estamos preservando lo que se perdió desde la generación de mis abuelos”, expresó BJ Dennis, quien añadió que la la espiritualidad y las formas de comer están interconectadas.
Los Gullah Geechee, su pueblo raíz, son un grupo afroamericano que viven predominantemente en el sur de los Estados Unidos (Georgia, las Carolinas y Florida) y otros sitios como Manchester, son descendientes de africanos esclavizados de África Occidental y Central, sobre todo, en cultivos de arroz y algodón.
Para Doris, su trabajo de rescate de la culinaria empezó también al mismo tiempo con el de su identidad afromexicana y no la puede desasociar: “Han habido diferentes migraciones, pero los africanos que llegaron en el periodo colonial vivieron, existieron y ahora también existen y siguen viviendo en cada estado de México en cada lugar”, señaló. El censo del INEGI incluyó por primera vez en el 2020 la pregunta de autoadscripción étnica para personas negras, afromexicanas y afrodescendientes.
“Algo bien importante es que las comunidades afrodescendientes debemos tener presentes cuáles son los procesos alimentarios, cómo debemos seguir preservando los elementos que nos permitan seguir produciendo la comida que hemos tenido entonces en el caso”, explicó.
Para Tiara, la palabra “preservar” no la define, ya que ella hace una auto exploración personal que se siente como una revelación, como enseñar, traducir, comunicar y presentarles a las personas qué es la “comida para el alma” o que tal vez nunca se dieron cuenta de que hay afroamericanos en los EE. UU. y en qué somos diferentes pues hay quienes tienen orígenes de África y otros del Caribe, “con una historia compartida, pero no somos iguales, aunque nos amamos”, dice. Ella explica que el término soul food no solo tiene que ver con lo comestible, sino con la sensación que provoca, que ejemplificó como un abrazo común, como una conexión.
Similitudes, diferencias y cambios
Un eje fundamental que se puso sobre la mesa es que la cultura alimentaria no es monolítica ni estática y cada momento histórico y contexto encuentra significados y significantes diversos. BJ dio el ejemplo del arroz rojo de Charleston que es muy diferente al que se consume en Carolina del Sur, no solo en preparación sino en textura y estas variables a veces pueden verse de familia en familia, como en el caso del Chicken bog que en algunos lugares es más seco y en otros más caldoso.
Sin embargo, también habló de las similitudes en alimentos importantes como los diferentes tipos de frijoles. Incluso, traía una bolsa con un frijol blanco con negro que crece en su traspatio, que también es habitual en México y que “fue documentado en 1820 en Oaxaca y el mismo año, en 1820, fue documentado en Wilmington, en el Norte de Carolina”, platicó. Para él, la tradición es volver a estos ingredientes porque entrañan el verdadero sabor de la comida y de la cultura propias: “Hemos perdido tanto en nuestros modos de comer. Las tradiciones de los abuelos se olvidaron y se trata de volverlas a traer para que en el presente y en el futuro, se entienda de dónde venimos”.
Lo lingüístico también fue otra arista conversada: las múltiples formas de nombrar según la geografía y la cultura. Doris dio el ejemplo de la machuca de plátano que en el sur de Veracruz se llama mogo mogo, en Puerto Rico mofongo o mangú, etc. BJ compartió que su lengua originaria ya es una lengua casi muerta por desgracia, pero persiste el kumbayá, una tradición oral y musical con motivos religiosos.
Quienes conservan la memoria
¿De qué manera ustedes observan esta palabra llamada “tradición”? y ¿Cuál es su acercamiento a ella? fueron las preguntas que hice abiertamente en este conversatorio porque, en estos quince años de experiencia investigando temas de cultura alimentaria y los claroscuros sobre esa palabra en tiempos de patrimonialización, cada sentipensar es fundamental para dar un panorama más amplio fuera de los discursos hegemónicos e institucionalizados sobre la misma.
Doris reconoció el trabajo femenino:
“Es muy importante hablar de los ingredientes, de los procesos alimentarios, pero también a mí me gusta hablar de quiénes están haciendo esta memoria y dónde se conserva. Porque generalmente escuchamos las historias, esas grandes historias, donde los protagonistas generalmente son hombres. Y en el caso de la cocina, las mujeres son las que han preservado esta tradición. Entonces, a mí me gusta mucho honrar la memoria de las abuelas. No quiere decir que los hombres no estén en la cocina (….) Pero, la tarea de la cocina y la memoria, en realidad está en los cuerpos, en los hombros, en las manos, en la memoria de las mujeres. Entonces, a mí me gusta mucho recalcar eso cuando hablo de las tradiciones, justamente. Porque creo que hay que darles su lugar, y como decía BJ, no podemos tener o rememorar lo que está en el presente si no entendemos lo que está en el pasado”.
Por otro lado, Tiara habló de los cambios radicales que suceden de generación en generación y lo que representan:
“No es que no tenga una apreciación por el lugar de dónde vengo, de hecho, de dónde vengo es lo que me dio la fuerza que me propuso venir aquí y hacer lo que estoy haciendo. Hay lugares a los que la gente de mi familia no ha ido antes, hay quienes no han tenido las oportunidades de poder salir de la ciudad en la que crecimos, quizás en vacaciones, pero a vivir y vivir toda su vida, o a venir aquí sola como mujer, eso es radical y no es convencional (…) Cuando pienso en tradición, también pienso en definir eso y en construir en ello y nunca olvidar esas raíces, pero también en saber que eso no es el final final“.
Desde mi perspectiva, lo valioso de que estos convites sucedan es escucharnos, dejar que la sorpresa y el antojo nos tomen de la mano, pero también son espacios para recurrir a esa resistencia arraigada en cada quien, que la escucha provoque auto reflexión, curiosidad y colectividad: tal vez conozcas la okra, tal vez no la hayas probado, tal vez sepas que el rice and beans nos une, pero seguramente, hay en ti y en tu familia un origen a comprender y escudriñar. Las culturas alimentarias afro diaspóricas, las de otros pueblos originarios que han sido invisibilizados o catalogados desde lógicas ajenas a ellos, pueden conocerse mejor desde quienes nos narran sus propias apreciaciones, problemáticas, historia y actualidades.
Ashanté M. Reese, antropóloga y etnógrafa afroamericana, dice que la comida no solo le interesa como alimento, sino también como metáfora y representación de cómo la negritud se conoce y comprende a sí misma: su visión, y las de tantas personas que investigan sus propias realidades, abre camino para que descolonicemos y repensemos otras maneras de abordar temas culinarios.
Las desigualdades sistémicas nos han hecho siempre mirar hacia afuera, minimizando lo propio, silenciando, negando, matizando o hasta “comiéndose a la otredad”, como apunta bell hooks en su ensayo poderoso, Eating the Other: Desire and Resistance: “Dentro de la cultura mercantil, la etnicidad se convierte en las especias, los condimentos que pueden animar el aburrido plato que es la cultura blanca dominante”.
Finalmente, sugiero ver How Food Racism Ruined the World del proyecto en YouTube Foreign Man in a Foreign Land. En mi próximo programa de radio, Resistencias Alimentarias, podrás escuchar más sobre este tema y otros. Si te interesa, sígueme en @resistenciasalimentarias, que se transmitirá por @radionopal en 2025.
Foto de portada: Pinterest.