La alimentación en Palestina es un arma de guerra y a a la vez, un mensaje de resistencia.
“Estamos en un punto en el que los israelíes pueden masacrar a civiles en Gaza y Cisjordania con total impunidad. Esto es peor que lo que vimos en el apartheid de Sudáfrica y Rhodesia. La analogía más cercana es la colonización europea de América, donde se mataba por deporte y se aniquilaba la resistencia”, dice un mensaje de Jason Hickel, antropólogo especializado en economía, en la red social X.
Es innegable que este genocidio es vergonzoso. La cifra de al menos 186 mil personas muertas, de acuerdo con datos del estudio de The Lancet, es terrible. ¿Qué derecho humano tiene la mínima posibilidad de ser respetado ante esta barbarie y la cómplice apatía e inacción de grandes poderes y gobiernos internacionales?
Más de medio millón de personas en Gaza se encuentran en “condiciones catastróficas”, en riesgo de hambruna, según la Clasificación Integrada de Fases de Seguridad Alimentaria, una iniciativa de las Naciones Unidas y otras agencias. Como le dijo la abogada Paula Gaviria a la BBC: “Israel está usando la comida como un arma de guerra contra la población palestina”. Además del horror y la letalidad de los ataques, la gente está muriendo a causa del hambre.
En este contexto, existen iniciativas humanitarias que han estado presentes como World Central Kitchen (siete personas de su equipo fueron asesinadas: el chef José Andrés acusó a las fuerzas israelíes de que el ataque fue sistemático), y también está Watermelon Relief, quien unió esfuerzos con WCK y es una organización que ayuda a las familias desplazadas. En sus últimas publicaciones, estos anunciaron la entrega de instrumentos diseñados para cocinar con leña en algunos campamentos pues no solo los ingredientes son escasos, sino que las condiciones materiales para la preparación son precarias igualmente: no hay gas, agua o espacios idóneos para hacerlo.
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Hamada Sho, bloguero gazatí, aparece en varios videos compartidos con esta colectiva mostrando cómo realizan diferentes platillos con los paquetes de ayuda humanitaria. desde churros, pasando por hamburguesas hasta postres para Eid al Fitr, o la fiesta del fin del ayuno, porque lo que entraña en la vida de las personas continúa, porque la posibilidad de gozo y de antojo también son resistencia y dignidad.
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Otras niñas como Aseel abu shaqfa “Sara” (@asil14._) y Renad (@renadfromgaza) desde sus cuentas cocinan y narran lo que es crecer, comer, vivir y resistir entre escombros y escasez, hacen sustituciones de lo natural por lo procesado, siguen elaborando lo que comestiblemente les da identidad y que les sigue cohesionando y dando alegría en lo adverso, lo que se otorga en solidaridad.
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“Gaza lleva casi 17 años convertida en una prisión al aire libre que desde 2017 no tiene acceso al agua potable”, escribe Nofret Hernández, periodista y doctora en mundo árabe, en su texto Narrativas dogmáticas que apoyan crímenes de guerra publicado en Aristegui Noticias. En él, destaca la nociva narrativa de medios hegemónicos y la asimetría entre Israel y Palestina. Hay vidas que importan más que otras en las coberturas noticiosas y eso abona al discurso actual.
Borrado cultural
Otro apunte para reflexionar: la violencia en contra de las personas palestinas no es nueva y hay otros ejemplos relacionados con lo alimentario. En 1948, la búsqueda de limpieza étnica también se manifestó en el lenguaje, en la apropiación simbólica de hacer suyas recetas palestinas usando el término genérico de “comida israelí”: el borrado cultural es una estrategia de opresión.
Reem Kassis, escritora palestina, habló de esto en 2018 en su texto Here’s why Palestinians object to the term ‘Israeli food’: It erases us from history, donde narra la frustración que sentía al probar en restaurantes israelíes estadounidenses hummus, tabbouleh y freekeh (un trigo que se cosecha aún verde, habitual en la canasta alimentaria palestina) sin que se mencionara el verdadero origen o historia de los mismos:
“La cocina israelí me resulta difícil de digerir. No es que me oponga a la idea o que no pueda tolerar la diversidad y la fusión cultural. Al contrario, sé muy bien que nuestra cocina palestina, como cualquier otra, es un subproducto de la evolución y la difusión. De hecho, el concepto de cocina nacional es una construcción relativamente reciente, que apareció a finales del siglo XVIII y principios del XIX tras el surgimiento del Estado-nación.
Pero la difusión cultural es diferente de la apropiación cultural. La difusión es el resultado de personas de diferentes culturas que viven en un espacio determinado e interactúan o aprenden unos de otros. La apropiación cultural, por otra parte, se basa en la explotación y la consiguiente eliminación, seguida de la negación deliberada de esas acciones. La comida, después de todo, es una expresión de historia, cultura y tradición. Por esta razón, presentar platos de procedencia palestina como “israelíes” no sólo niega la contribución palestina a la cocina israelí, sino que borra nuestra propia historia y existencia”.
(¿Les suena? Esto no es muy ajeno a la realidad con los pueblos originarios y la homologación de lo “mexicano”, por cierto).
La rebeldía que transforma
En uno de los eventos organizados por Semillas de Resistencia, un colectivo por la liberación Palestina en CDMX, se leyó un texto crítico sobre el tema que llamaba a la empatía y la acción comunitaria: para algunas personas puede parecer que esto es lejano y ahí radica una problemática esencial: si callamos y permitimos actos así como habitantes de este mundo, se le está dando paso libre a la impunidad rampante, asesina y racista.
Personalmente, me siento hermanada en algo que se expresó ahí y es que hay que luchar en todo territorio contra la desigualdad y el abuso de poder. Se necesita vocalidad, argumentos y posturas firmes y no solo apelar a la resiliencia (vaya que pienso que se abusa de este término de maneras ingenuas y vagas hoy en día). Requerimos actuar e informarnos con conciencia y rebeldía.
Personalmente, esto me cruza aún más desde que mi amiga Ana Landgrave me contaba sobre los abusos físicos y mentales continuos hacía infancias palestinas detenidas por fuerzas militares y policiales israelíes cuando ella hacía investigación de campo (pueden ver su reciente ponencia al respecto en el canal de YouTube del Museo Nacional de las Culturas del Mundo).
“Mi madre nació a los pies de un olivo en una tierra que, dicen, ya no es mía. Pero cruzaré sus barreras, sus controles, sus putos muros divisorios y volveré a mi hogar. Soy una mujer árabe de color y venimos en todas las tonalidades de la ira” es un fragmento del poema Tonalidades de la ira de Rafeef Ziadah que viene ad hoc para cerrar esta columna: el enojo es comprensible ante la ignominia porque busca cambios.
Ver esa sandía, alimento- símbolo, me hace pensar que es posible un mundo más justo para todos los pueblos sojuzgados e invisibilizados.
Ilustración de portada de Edna Obispo. Columna publicada en dos partes en la sección Alacena Abierta de Más Chilango.