Reportaje
Imagina que un día vas al mercado. De lejos, logras ver que hay gente armada. Escuchas disparos. Huyes. Ese día no solo no compraste donde sueles hacerlo, sobre todo, tuviste miedo. Pudiste ser el hombre que caminaba por ahí y al que una bala pérdida alcanzó y mató. Leíste sobre él en las noticias. Urge hablar de temas complejos como violencia, crimen organizado y alimentación porque están relacionados.
Un asesinato “más”, una desaparición “más”, un incidente violento en vía pública “más”, una fosa “más”… No es normal, no debe serlo. Nombrar la violencia es una manera de encararla socialmente, de que el olvido y la indiferencia no sean una manera de existir, de que nos siga importando exigir nuestro derecho a una vida digna y segura.
El 14 de junio leí el tuit de Miriam Bertrán Vilà, investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, con una liga a una nota en El Universal con el mensaje: “Temas urgentes para la #seguridadalimentaria Crimen organizado deja sin pollo a Chilpancingo”. “La mañana del sábado se suspendió la distribución de pollo en Chilpancingo. No hubo aviso oficial. Fue a balazos”, se lee en la noticia. Esto afecta a una cadena económica entera: quienes crían esas aves, quienes las transportan, quienes las venden, quienes las cocinan y un gran etcétera. Pero va más allá y no es algo nuevo.
Al día siguiente, 15 de junio, Tiana Bakic Hayden, antropóloga e investigadora del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México, compartió también en Twitter una nota de Sopitas con fotos sobre grupos del crimen organizado que se pelearon el control de la central de abastos y el mercado de San Cristobal de las Casas en Chiapas.
“Los sistemas alimentarios son lugares vulnerables a diversos tipos de extorsión, violencia y crimen. Casi nadie que investiga sistemas alimentarios urbanos reconoce eso, pero es un hecho que influye las acciones de los actores en estos espacios”, agrego Tiana en este tuit. “Aumenta en más de 2000% denuncias de narcotráfico en algunos municipios” leí en una nota de Ángeles Mariscal en Aristegui noticias: todo es contexto.
Con estos hechos recordé un día que hacía un reportaje en la ciudad de Puebla hace años. La cocinera con la que estaba y yo tuvimos que ocultarnos en la casa de una vendedora de cemitas porque, de repente, comenzó el operativo policial anti narcóticos en el mercado de enfrente, era medio día y más de seis camionetas y granaderos rodearon el lugar. Sentí temor, hubo nerviosismo.
También hice memoria de una vez que escuchamos balazos muy cerca de donde estábamos comiendo unas tostadas raspadas de lomo en San Gabriel, una población al sur de Jalisco. Hubo toque de queda esa noche porque asesinaron a unos muchachos que, se rumoraba, eran halcones. Una de las personas con las que iba a documentar una birria es policía, me compartió que eso era ya algo cotidiano. Para mí no fue así que estuve en vela toda la noche como seguramente lo estuvieron varias personas ahí. Me dijo que también las carreteras eran una ruleta rusa, que, desde que los aguacateros estaban ahí, había más violencia.
Asimismo, vino a mi memoria cuando la líder de una familia de tres mujeres dedicadas a la milpa y el nopal en Tlaxcala nos platicó del día que vio el cuerpo de una mujer en una bolsa negra, tirada como basura, en un puente cerca del camino por el cual va a su terreno a trabajar. En ese estado donde se declaró alerta por violencia de género contra mujeres en 2021 ya que a ese año se habían duplicado los homicidios en los últimos cinco años y además, es uno de los que representa más altos índices en explotación y trata de jóvenes, de acuerdo con cifras oficiales.
O de como el miembro de una familia productora de maguey que respeto me platicó de cómo las juventudes de su población se vuelven cada vez más adictas a diferentes drogas y ya no van a ayudar al corte de esta planta para hacer mezcal, no les interesa… Y así podría seguir con otras más.
Doy estos ejemplos como anécdota porque suceden al momento de ir a investigar algún reportaje relacionado con alimentación pues la violencia está ahí trastocándolo todo, enrareciendo el ambiente, cambiando actividades, provocando terror, generando consecuencias físicas y emocionales en cada persona que se ve envuelta en su vorágine.
Foro virtual “Violencia, crimen organizado y alimentación”
Después de esos tuits y otros más intercambiados por personas investigadoras interesadas en el tema, se realizó “Violencia, crimen organizado y alimentación”, un foro virtual transmitido por YouTube el miércoles 29 de junio de 2022, como parte del seminario internacional “Alimentación y sustentabilidad en las ciudades”.
Sara del Castillo Matamoros, del Observatorio de Seguridad y Soberanía Alimentaria y Nutricional de la Universidad Nacional de Colombia; Jessica Arellano López, investigadora independiente; además de Tiana como otra de las participantes, y Miriam como moderadora, fueron las especialistas relacionadas con sistemas alimentarios que aportaron ideas y propuestas fundamentales para escuchar, pero sobre todo para reflexionar y accionar investigaciones desde el ámbito que a cada quien compete.
Destaco a continuación algunas ideas expresadas por ellas:
- Lo alimentario tiene que ver con todas las facetas de la vida humana y, en ese sentido, hablar de alimentación está relacionado con las personas que defienden las tierras y el territorio. Al tema alimentario le ha costado estar en la agenda política y es complejo y de gran profundidad. Estas problemáticas relacionadas con alimentación, conflictos armados y crimen organizado nos hermanan en Latinoamérica, apunta Sara del Castillo.
- Mucha de esa invisibilidad hacia estos temas en los campos académicos provienen de un rechazo a tocar temas fuera del ámbito del consumo y a no verlo como algo holístico y multifactorial vinculado a procesos, a la falta de visibilidad de temas alimentarios “que están fuera de la burbuja” y a que los datos relacionados con violencia e inseguridad “son un reto metodológico” y “hay falta de confiabilidad, así como falta de claridad en la terminología sobre si se habla de violencia, de inseguridad, etcétera”, expresa Tiana.
- La inseguridad alimentaria que existe no es un efecto secundario justo porque se ejerce la violencia sobre territorios y hay un despojo de las condiciones básicas de vida para la población. En este sentido, el estado es quien debería ser el garante clave de derechos humanos, de la satisfacción de necesidades básicas como agua y alimentación y no está cumpliendo con eso. Y el estado es, a su vez, responsable de la inseguridad alimentaria. No solo hay que señalar al crimen organizado usando una narrativa de polarización de quienes son los “buenos y malos”. Otro punto es que el campesinado produce cotidianamente lo indispensable para la alimentación y México es de los países más peligrosos para quienes defienden el territorio, junto con Colombia y Brasil, dice Jessica. Esas personas defensoras del territorio también son agricultoras, hay que verles en su totalidad.
- Ella también puso el dedo en el renglón sobre el cruce de perspectiva de género y alimentación que se relaciona con esto: lo alimentario ha estado relegado históricamente al ámbito privado y que tiene que ver con la economía reproductiva doméstica femenina, pero compete a lo público: “es macro estructural y atraviesa todas la dimensiones de la vida”, además de que se articula “con otras relaciones de poder como lo estamos observando en la actualidad”.
- La folklorización de la alimentación es parte de un argumento nacionalista que vemos en la narrativa actual en diferentes esferas y el discurso dominante sobre la nutrición, de “la forma de comer de la gente” señalado como el principal de problema de salud, deja fuera otras conversaciones más vitales como la seguridad alimentaria y este, relacionado con violencia y crimen organizado, dice Miriam, quien menciona la falta de programas sociales.
Otros puntos como la salud emocional de quienes sufren afectaciones por las diferentes violencias y la incidencia de esto en su forma de alimentarse y en la calidad de sus alimentos (familiares de personas en desaparición forzada, en la cárcel, activistas, etc.), la opacidad como una de las características principales en los mercados de alimentos perecederos por la cantidad de actores involucrados y la naturaleza de lo que se vende, la especulación económica, la afectación del tejido social, los cambios de cultivos, la migración forzada, entre otros son parte de lo que se conversó en “Violencia, crimen organizado y alimentación”:
La coordinación del seminario es de Ayari Pasquier Merino, Tiana Bakic Hayden y David Sébastien Monachon y está desarrollado en el marco del proyecto “Innovaciones socioambientales para fortalecer los sistemas agroalimentarios desde las instituciones de enseñanza e investigación. Redes Alimentarias Alternativas y Sustentabilidad en la Ciudad de México”. Sugiero que observes con atención lo que ahí se ha expuesto sobre gentrificación, género, recursos naturales, desigualdades y más.
Un artículo relacionado y sugerido es “La mesa sitiada: pensar la alimentación a la luz de la inseguridad, la violencia y el crimen en México”, publicado en Nexos el 5 de julio de 2022 por el Grupo de Trabajo sobre Violencia y Alimentación de la Red Latinoamericana de Alimentación, Cultura y Sociedad, conformado por Paloma Villagómez Ornelas, socióloga e investigadora de CIDE- RC y varias especialistas antes mencionadas como Ayari Pasquier, Jessica Arellano, Miriam Bertran, Sara del Castillo Matamoros y Tiana Bakic Hayden.
“Quienes nos dedicamos al estudio de la alimentación, prácticamente desde cualquiera de sus aristas, no podemos seguir omitiendo el peso que las violencias y la inseguridad tienen actualmente en la estructuración de sus procesos y prácticas, especialmente en territorios que acumulan varios factores de vulnerabilidad social, económica, política y ambiental. Es imposible sostener discursos normativos y moralizantes en torno a la responsabilidad individual del cuidado de la salud y el cuerpo cuando los territorios están bajo el asedio de múltiples violencias, así como tampoco es posible seguir señalando a la pobreza como un factor de la malnutrición que actúa en solitario.
Falta mucho por saber, muchos acervos de información por construir y muchos rompecabezas por armar. Seguir los senderos abiertos por expertas y expertos en otros países con experiencias similares es urgente, tanto como construir un diálogo plural y multidisciplinario con quienes investigan y denuncian estos temas desde los territorios. Se trata de tareas urgentes frente a realidades insostenibles y asfixiantes. La posibilidad de ejercer el derecho a la alimentación, a la salud, a un medio ambiente sano, a una vida digna y a la libertad, no podrá construirse si no es sobre cimientos de paz, justicia y dignidad.”
Por último y en relación con temas de crimen organizado, violencia y alimentación sugiero finalmente escuchar los dos episodios del pódcast Carreta de Recetas de Vanessa Villegas Solórzano, filósofa y editora, sobre el plátano y con las historias reflejadas en el documental “Por qué cantan las aves” de Alejandra Quintana Martínez y Adrián Villa Dávila que revela cómo a través de la música, del tejido y la siembra, tres mujeres, víctimas del conflicto armado, fortalecen la construcción de la memoria.
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- Capítulo 1
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- Capítulo 2
Y con esta reflexión personal cierro…
Hace tiempo platicaba con una amiga antropóloga quien dijo que sentía que la academia, de la que ella era parte en su país, estaba en una etapa de cupcake anthropology, es decir, que esas problemáticas necesarias de conversar, analizar y gestionar se difuminaban por temas relacionados con difusión cultural más amena, amable y sí, complaciente para quienes no deseaban conflicto, y que incluso usar palabras como “neoliberal”, “capitalismo”, “feminismo” y relacionadas levantaba suspicacia, escozor, alejamiento.
Me sentí identificada en mi propio contexto pues a quienes escribimos de alimentación, de comida, y que no estamos dentro de la academia de lleno, pero que hacemos trabajo de campo, difusión y educación constante y que, además, nos sentimos fuera de la narrativa netamente gastronómica, nos resulta en ocasiones difícil hallarnos y publicar.
Esto último no solo es por los pagos precarios por nuestro trabajo escrito asociado a lo periodístico sino también por los enfoques una y otra vez repetidos, por quienes nos dicen “esto está demasiado politizado, ¿no? Queremos que la gente se la pase bien leyendo y la comida es un lugar feliz”.
Claro que “la comida” puede alegrarnos a algunas personas (porque a no a todas, dejemos generalidades), de eso no hay duda. Buscar en los terrenos del sabor un aliciente en el día ante la complejidad de la vida es apapacho, gozo y hasta escape. Y aunque bien la comensalidad sigue y seguirá siendo un elemento de cohesión en diferentes contextos, hay muchos temas incómodos de los cuáles hay que conversar también porque lo alimentario es un sistema, es política y sigue transformándose día a día. Aunque incomode, aunque cuestione.
Ojalá se dejará de ver al periodismo que toca temas de alimentación como algo más que soft news y estilo de vida, como algo más que recomendaciones de lugares nuevos de manera frenética, como algo más que mero entretenimiento, como algo más que las listas que sirven a ciertos sectores económicos, como algo más que un sistema de estrellato, estrellas y prestigio, como algo más que una cansada comparación de status y competencia de quien tiene “el mejor gusto” o más lugares visitados, como algo más que personajes como Anton Ego de Ratatouille. Requerimos una mirada más aguda y menos ingenua para analizar los discursos de lo que está sucediendo alrededor de lo tradicional y cómo se está aprovechando para fines políticos y empresariales.
Lo que se busca, lo que “se consume”, lo que se espera, lo que da clics, lo que logra patrocinio de las marcas y presencia en medios masivos con grandes alcances de audiencia, está en esas esferas, porque sí, la información también entra en la voracidad del mercado. Y uso la palabra “como algo más” porque se comprende que hay toda una industria alrededor de esos mensajes y hay nichos distintos de audiencias. Pero ahí es donde el auto análisis ayuda y guía, donde hay que pensar en la premisa de que quienes sí deseamos hacer periodismo a pesar de las circunstancias es porque este tiene, ante todo, una función social y que debe haber balance en las agendas informativas.
Escribo esto así, desde mi posicionalidad y en primera persona, porque a partir de ahí comunicaré más claramente este mensaje: quienes estamos involucrados de una manera u otra en el tema de alimentación en México no podemos ser partícipes de un adormecimiento y desinterés intelectual y crítico.
Opino que acercarnos a diferentes fuentes de información y análisis, como este foro sobre violencia, crimen organizado y alimentación, como las voces en él y en el texto colectivo, es necesario, así como lo es cuestionar eso que estamos haciendo, escribiendo, replicando, diciendo y enseñando.
Tal vez no seremos parte de quienes investiguen estos temas a profundidad, pero conocer e interesarnos en lo que sucede en la geografía que habitamos también puede hacernos más sensibles a entender lo social y sus aristas, a tener empatía y conciencia de clase, puede ser una brújula para saber cómo expresarnos, desde dónde y para qué.
Usar los espacios en los medios para mostrar historias y hechos con enfoque social puede ser algo que logre mover conciencias, que logre provocaciones, reflexiones e ideas, que incite a la acción y a los cambios.
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1 Comentario
Qué gran reflexión dejas Mariana. Como dices, faltan muchos rompecabezas por armar. Qué alivio que tenemos a grandes periodistas como tú que nos aterrizan de vez en cuando.