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Naan y la paciencia de amasar

El naan me enseñó la semana pasada que es verdad que ser paciente a veces tiene recompensas. Digo “a veces” porque la vida es así, incierta –ya lo estamos re comprobando gracias al coronavirus–. Esperar que algo esté listo es una analogía al trabajo constante, a la energía que uno pone para conseguir un objetivo, pequeño o enorme.

Comer un pan que ha sido hecho con esfuerzo tiene un sentido distinto a comprarlo. Hay una magia distinta en esto. Además, uno habla de lo que importa, de lo que quiere, entonces hablaré de ese naan porque merece ser recordado.

Recuerdo un texto de Leila Guerriero, periodista y escritora a quien admiro, en el que habla de escribir y el pan. Estoy de acuerdo. Este naan fue sabatino, expectante y feliz a la vez. En él había una búsqueda distinta a la mera intención de comerlo: el hacerlo provocó, generó, logró. Fue un naan de comunicación.

“Hay que amasar el pan. Hay que amasar el pan con brío, con indiferencia, con ira, con ambición, pensando en otra cosa. Hay que amasar el pan en días fríos y en días de verano, con sol, con humedad, con lluvia helada. Hay que amasar el pan sin ganas de amasar el pan. Hay que amasar el pan con las manos, con la punta de los dedos, con los antebrazos, con los hombros, con fuerza y con debilidad y con resfrío.

Hay que amasar el pan con rencor, con tristeza, con recuerdos, con el corazón hecho pedazos, con los muertos. Hay que amasar el pan pensando en lo que se va a hacer después. Hay que amasar el pan como si no fuera a hacerse nada, nunca más, después. Hay que amasar el pan con harina, con agua, con sal, con levadura, con manteca, con sésamo, con amapola. Hay que amasar el pan con valor, con receta, con improvisación, con dudas. Con la certeza de que va a fallar. Con la certeza de que saldrá bien.

Hay que amasar el pan con pánico a no poder hacerlo nunca más, a que se queme, a que salga crudo, a que no le guste a nadie. Hay que amasar el pan todas las semanas, de todos los meses, de todos los años, sin pensar que habrá que amasar el pan todas las semanas de todos los meses de todos los años: hay que amasar el pan como si fuera la primera vez.

Habrá que amasar el pan cuando ella se muera, hubo que amasar el pan cuando ella se murió, hay que amasar el pan antes de partir de viaje, y al regreso, y durante el viaje hay que pensar en amasar el pan: en amasar el pan cuando se vuelva a casa. Hay que amasar el pan con cansancio, por cansancio, contra el cansancio.

Hay que amasar el pan sin humildad, con empeño, con odio, con desprecio, con ferocidad, con saña. Como si todo estuviera al fin por acabarse. Como si todo estuviera al fin por empezar. Hay que amasar el pan para vivir, porque se vive, para seguir viviendo. Escribir. Amasar el pan. No hay diferencia.”

Foto: Mariana Castillo Hernández
Foto: Mariana Castillo Hernández

El momento de la receta para preparar naan

Es viernes. He revisado tantos textos, parillas de contenido, escaletas y documentos de trabajo en la semana que veo letras donde no las hay. No es queja, solo anécdota y situación: laborar en confinamiento es distinto pues vivimos en la pantalla y sí, la fátiga digital algunos días es una realidad.

Varias personas me pidieron esta receta porque subí a redes la foto de este naan que hicimos: me doy una pausa con mis gatos haciéndome compañía –uno en las piernas, otro en la mesa con sus patitas junto al teclado–, un café exquisito recién hecho y un pedazo de pan de plátano que hoy me trajeron a casa. Este texto será descanso, aunque implique escribir. No es lo mismo “clavarse” en el lenguaje publicitario que “nadar” a gusto en lo que uno necesita escribir.

Ingredientes:

  • ½ taza de agua tibia
  • 125 gramos de yogurt natural sin azúcar
  • 300 gramos de harina trigo (nosotros usamos 80% de harina de fuerza y 10% de harina t80)
  • Una cucharadita de sal
  • 1 cucharadita de levadura
  • 1 cucharada de ghee. 

Procedimiento:

  1. Mezcla los ingredientes en un tazón grande. Revuelve. Enharina tu mesa de trabajo. Pasa la mezcla ahí y amasa hasta que quede una masa elástica y firme. Si la sientes muy húmeda, agrega harina de fuerza, si la sientes demasiado sólida agrega un poquito más de agua. La clave está en que no se te pegue en las manos y puedas hacer una bola grande con ella. Notarás que es densa, chiclosa: eso está bien. Este punto dependerá de algunos factores como la fuerza de tu amasado o el clima.
  2. Ya que esté lista, pasa a un tazón ligeramente aceitado, cubre con una tela o un plástico (biodegradable) y deja fermentar en en la cocina durante una hora o hasta que la masa duplique su volumen. “Cuanta menos deshidratación, mejor”, nos recomendaron. Revísala. Si la ves ya crecida, voltéala tres veces. Refrigera y usa al siguiente día.
  3. Cuando ya vayas a preparar el naan, saca la bola de masa y divídela en porciones. Extiende cada una con el rodillo (o con una botella de vino como le hicimos porque no teníamos este utensilio, jajaja) hasta formar panes de forma alargada y planas.
  4. Coloca cada uno en una sartén de teflón. Cuando aparezcan en la masa unas burbujitas dale vuelta hasta que esté cocida.
  5. Puedes acompañarlos con lo que quieras pero sobre todo y ante todo, comparte con tus seres queridos –eso te incluye a ti mismo si un día quieres auto consentirte–. Nosotros hicimos de dos tipos: salados, con jitomates cherry, menta, mascarpone, aceite de oliva y sal de Colima; y dulces, con frambuesas, miel multifloral y mascarpone.

* La receta original que nos pasaron está en la página India Mágica, pero modificamos varios puntos y recibimos asesoría de Joan Bagur, quien vende las harinas mencionadas en esta receta.

Si te animas a hacer este naan, platícame cómo te quedó. Ah y si tienes gatos ten el doble de paciencia: querrán comerse todo antes de que esté hecho. Cardamomo y Poleo morían de antojo en cada paso.

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